Somos animales visuales, nos fascinan las imágenes, somos completamente sumisos al poder evocador de las imágenes. Dominamos también el lenguaje, pero lo utilizamos para recrear en palabras las imágenes que se almacenan en nuestra mente. Nuestros recuerdos son imágenes, existimos porque nos reflejamos en ellas, y nada es más poderoso para el recuerdo que la fuerza de una sola imagen. Para fijar los recuerdos inventamos la pintura, y pintamos retratos, paisajes, hechos históricos. Los pintamos porque las palabras no eran suficientes, los pintamos porque las palabras nos parecían subjetivas, hechas de una inmaterialidad al que cada uno puede dar la forma que quiera. Las palabras no nos parecían univocas, las imágenes sí. Pero no nos conformamos con eso, quisimos más: las imágenes también eran subjetivas, detrás de una pintura siempre había una mano pensante, una realidad subjetiva en definitiva. Inventamos entonces la manera de fijar químicamente la realidad, inventamos la manera de fotografiarla, de retratarla como es, y ingenuamente nos lo creímos. Creímos en la fotografía como un espejo de la realidad, y lo creímos hasta al punto de que lo confundimos con la realidad misma. Como no bastaban mil palabras para describir una realidad, decidimos que una imagen era mucho mejor.
Ahora, cuando desde hace décadas las imágenes constituyen la realidad, ahora que la realidad no existe si no hay una fotografía que la represente, ahora que el mundo analógico ha dado paso al digital, sólo ahora nos hemos dado cuenta de lo limitado que es la fotografía y que la pintura no sólo retrataba la realidad sino que también la interpretaba, la mejoraba, la idealizaba.
Y entonces hemos desarrollado herramientas informáticas que nos han permitido retocar nuestras imágenes, nos han permitido mejorarlas, en un primer momento y luego directamente inventarlas desde la nada. Hoy podemos crear, sin salir de la pantalla de un ordenador, imágenes totalmente artificiales, que son, o más bien lo parecen, más reales que la realidad misma.
Los arquitectos, que siempre hemos estado muy involucrados con esta faceta estética de la realidad, hemos sido los precursores, porque nos ha venido muy bien el uso de estas herramientas informáticas para crear imágenes que casi milagrosamente nos permitían transformar en realidad visual unos dibujos bidimensionales, que los clientes fatigaban en comprender.
Nos ha gustado tanto esta nueva posibilidad comunicativa, que hemos sustituido casi por completo, en el momento de comunicar las ideas de proyecto, los planos de líneas por atractivas perspectivas virtuales.
Los concursos de arquitectura de los últimos años son la prueba evidente de esta tendencia. Cada vez más asistimos a la abundancia de producción de imágenes, también llamadas de síntesis o más comúnmente render, con menoscabo de la tradicional representación bidimensional de plantas y secciones. Para comprobarlo es suficiente repasar los proyectos ganadores de concursos de los últimos años: algunos presentan una cantidad tan exigua de dibujos bidimensionales que es difícil, a veces, comprender siquiera el simple aspecto funcional de la entrada a los edificios.
Los arquitectos, con las aplicaciones informáticas, pasando por alto las elementales normas de la gravitación universal pueden imaginar, o sea, crear imágenes, de edificios que no podrían sostenerse en el mundo real. Se proyectan así edificios sin estructuras, sin masas, y en definitiva sin tiempo.
Sí, el tiempo, este concepto abstracto es fundamental para la comprensión de un proyecto: como sabemos, un espacio arquitectónico no puede representarse con una imagen fija, la arquitectura puede ser comprendida sólo en una dimensión espacio-tiempo dinámica, y solamente el movimiento permite el proceso de percepción visual en el tiempo, y esto, que se halla totalmente en antítesis con el mundo de las imágenes, únicamente puede entenderse con el análisis de los dibujos bidimensionales, que sólo los ojos entrenados pueden realizar.
Por lo tanto, las imágenes actuales de la arquitectura encuentran su significado sólo en un nivel estético de la realidad. Ésas son unas percepciones subjetivas de una realidad inexistente, ya que se trata de proyectos, y que muchas veces no tendrán nada que ver con el resultado final. Es como que la imagen que se produce sea fin en sí misma y no vehículo para la comprensión del proyecto. La imagen pasa a ser el proyecto, y por lo tanto pasa a tener valor sin el proyecto mismo, y puede prescindir de él. De imágenes de proyecto pasan a ser proyectos de imágenes, y los arquitectos, a su vez, simples fotógrafos de una arquitectura inexistente.
En este proceso, las imágenes virtuales intentan trasformar la necesidad funcional de la arquitectura en la posibilidad de intercambio y de comunicación. El valor de uso, la funcionalidad de un objeto, está perdiendo terreno frente al valor de intercambio, al comunicativo. Como los anuncios publicitarios, los dibujos de arquitectura, en los últimos años, han cambiado totalmente de objetivo: antes su función primera era la de comunicación funcional de un producto, o de un edificio, comunicando sus características de uso, y ahora se han apuntado a la más compleja transmisión de valores emocionales.
Toda su atención se concentra en el valor de intercambio de los objetos, y las imágenes ya no explican, como hacían las maquetas de un tiempo, su valor de uso, sino su potencial emocional, construido con referencias explícitas a un mundo idílico de bienestar y prosperidad.
La apariencia, parece ser la única connotación de esta imágenes-proyectos que rellenan las publicaciones de arquitectura de medio mundo y que, como los fast food con su comida basura, no tienen otra función que la saciar rápidamente los apetitos del los consumidores, sin que éstos lleguen a preguntarse sobre el valor real de lo que están consumiendo.
Esta falsa arquitectura basura se viste de espectáculo para enmascarar sus deficiencias, y esta recreación “bonita” de la realidad siempre esconde alguna carencia, y resulta que detrás de las espectaculares fachadas de las imágenes se amontonan numerosos errores de proyectos, vicios constructivos, incapacidades proyectuales, y no pocas veces evidentes inutilidades espaciales.
Esta forma mediatizada de ver la arquitectura es perfecta para quienes, como los arquitectos mediáticos, necesitan estas poderosas armas de seducción para alimentar sus egos voraces. La necesidad de seducir de estos profesionales casa perfectamente con las misma ganas que también las ciudades tienen desde hace un para de décadas. Las ciudades necesitan de estas imágenes y gracias a ellas pueden enseñar y convencer con la visualización de una esplendorosa realidad futura, que permite esconder las reales miserias del presente.
Estas operaciones de seducción, donde las apariencias de las cosas parecen ser lo que más interesa a las ciudades, encuentran su mayor cómplice, de nuevo, en los concursos de arquitectura que hacen que se hable de ellas y que cientos de imágenes, producidas por arquitectos, aneguen la opinión de los ciudadanos. Muchas veces estos concursos que están organizados con un objetivo exclusivamente mediático, limitan la participación únicamente a los miembros selectos del star system de la arquitectura, que con su sola presencia, mágicamente, permiten que la ciudades se conviertan en más atractivas, más prestigiosas, mas glamorosas, aunque sabemos que estos proyectos nunca verán la luz.
Es evidente que para construir mentiras como éstas no son suficientes mil palabras, ni todas las palabras del mundo, pero a lo mejor se consiguen con unas cuantas imágenes.
Gianfranco Spada